miércoles, 19 de mayo de 2010

EL MISÁNTROPO de Molière

Teatro Anhelo del Salmón

Dirección: Everett Dixon
Dirección de Arte: José Aristizábal














Alexander Betancur y Camilo Carvajal (Lorenzo y Oronte) en El Misántropo de Molière. (Foto: Carlos Mario Lema)

A todos nos gusta un buen chisme, y no hay nada más sabroso que una descripción acertada de un comportamiento ridículo. Pero sabemos muy bien que el chisme puede aniquilar la autoestima de una persona, o arruinar su carrera. El chisme, aparentemente inocente y divertido, es realmente una expresión de nuestras más profundas envidias y paranoias, y los chismosos con frecuencia son abismos de inseguridad.

Algunos de nosotros responde a esta situación con una “honestidad” frentera, pero, ¿qué es la honestidad? ¿Es Alcestes un hombre realmente honesto? O ¿no es que él, como todos en la obra, se auto-engaña? A pesar de las apariencias, Alcestes y Celimena son iguales, y su auto-egaño es el mismo de todos: se piensan gente de bien.

La honestidad es un tema importante en Molière, pero sus lectores confían demasiado en sus personajes principales y no en su autor. (Cuántas veces no he visto un aforismo de Wilde traído a colación para defender una posición cuestionable, que no resultó sino un aforismo de uno de sus personajes.) La honestidad de Alcestes no se puede comparar con la honestidad de Molière, y el gran dramaturgo francés nunca está tan seguro como los personajes que dibuja (ni los directores que lo montan). Alcestes, como todos los personajes de Molière, es el mismo clown de Molière traído al escarnio público. Si Molière sólo quería denunciar a Celimena y su séquito de aduladores, no necesitaba a Alcestes. Pero Molière nos quiere presentar un real conflicto, y no un panfleto que reconfirma nuestros reconfortantes prejuicios sobre la sociedad. No quiere criticar a la “Sociedad”, sino a nosotros mismos. Hay tanta dignidad que fealdad en ambas bandas de personajes de las obras de Molière, y quién ensalza a Don Juan ridiculizando a Don Octavio es tan ciego como los chismosos del Misántropo.
















Leonardo Villa, Patricia Bermúdez y Gadiel López en El Misántropo de Molière. (Foto: Carlos Mario Lema)

Seamos honestos, dicen los moralistas, como si fuera un asunto fácil. Seamos fuertes y directos, y nuestra “honestidad” fortalecerá a todos. Y estamos de acuerdo que esta tranquilidad nietzschiana, con su crueldad filosófica, es indudablemente un bien para la sociedad. Pero luego viene el nietzschiano George Bernard Shaw, que en general se adhiere a esta crueldad filosófica, capta la dificultad contradictoria de esta posición – dificultad que se llama en teatro conflicto – y dice, a través de su vocera Hesione, “La crueldad sería deliciosa si no lastimara a nadie.” Y sus obras parecen decir todo el tiempo, la voluntad del poder está bien, seamos vitales, está bien, seamos críticos, está bien – pero no rompamos corazones, que el corazón es frágil y no se recupera tan fácilmente.

Nietzsche mismo lo dice: a los débiles hay que tratarlos con indulgencia y cariño. Pero entonces, ¿si los débiles son tan difundidos, si la debilidad humana es nuestra característica fundamental, si todos somos abismos de inseguridad, entonces no tienen razón los que dicen que la voluntad de poder está avocada a transformarse en tiranía? Y ¿un poco de adulación, como manifestación de “indulgencia y cariño”, no es siempre necesaria en las relaciones humanas?

Alcestes es una figura trágica porque no es realmente cruel – es torpe. Y su proyecto de reformar a Celimena – y a la sociedad – es admirable, pero siendo débil Alcestes también, su proyecto se le sale de las manos.

Luego, no se puede hablar plenamente de esta obra si no analizara a su otro protagonista, Celimena. Seamos honestos, Celimena está acorralada por todos, especialmente por Alcestes. Una viuda rica, inteligente, bella, que todos los hombres de la sociedad importunan para casarse con ellos, para atenderles exclusivamente a ellos – ¿no es el colmo del cinismo, no de ella, sino de los hombres que la admiran? El cinismo de Celimena es un perfecto espejo. El chisme de Celimena es su única arma para defenderse de los perros de la Sociedad Sofocante Moral, y curiosamente Alceste, con toda su mirada moderna y amoral, resulta tan moral que todos en este debate.

Molière entendía a las actrices, y las amaba tanto como odiaba a los pretendientes asquerosos que mariposeaban en camerino para abusar de ellas y desecharlas como trapos usados. Y Celimena, más que cualquier otra mujer de Molière, parece un homenaje al valor e inteligencia de las actrices del mundo, tan mal reputadas por su sencilla, y casta, sinceridad y generosidad.
No hay duda: esta obra es una diatriba contra la maledicencia – tanto contra la maledicencia torpemente cruel de Alcestes, como contra la maledicencia de los chismosos de la corte. Pero como Molière es uno de los más grandes de los dramaturgos, su mirada está llena de piedad por todos en esta obra, y todos, en el fondo, deben darnos lástima tanto por la futilidad de sus pequeñas ilusiones, como por la torpeza patética de sus intentos de hacerse valer. Somos ridículos, dice Molière, sobre todo, y antes de caer en las redes de una moralidad (o amoralidad) cruel, démonos cuenta de nuestra ridiculez, y riámonos un ratico. Seamos honestos, no somos héroes. Somos, a lo mejor, pequeños tiranos torpes.